lunes, 8 de agosto de 2011

Combinación perfecta: viajes + comida + cultura

Maravillosos cortos que retratan a la perfección las experiencias de viajar, comer y aprender. Los videos los encontré gracias a FYI.



viernes, 17 de junio de 2011

El Quisco: Paisaje marino

Si existe un paisaje triste, es el de la costa en invierno. El cielo y el océano parecen unirse en un horizonte blanco y brumoso, y no sabes si tus ojos se empañan por las lágrimas o es que hay mucha neblina. Tampoco sabes si hace demasiado frío o es que hoy te falta su abrazo.


 Montones de moluscos pegados a las rocas me recuerdan mi infancia, cuando salía a mariscar con mis amigos en la playa. Las distintas conchitas se aferran con fuerza esperando el verano: tal vez pronto un niño lo tome entre sus manos como un tesoro y lo lleve a su balde para mostrárselo a sus hermanos.



 Las gaviotas y demás aves marinas miran el horizonte conmigo. A ratos intentan volar contra el viento helado, pero su ruta es desviada. Nos sentamos en las rocas a mirar el atardecer, pero no se ve nada, hay demasiadas nubes.

martes, 17 de mayo de 2011

Puente del Inca: Sorpresas entre la nieve

Veníamos viajando desde Puerto Madryn, absolutamente felices de haber tenido un encuentro cercano con las ballenas. Nos estábamos haciendo mentalmente el ánimo de volver a nuestras rutinas de estudiantes: a penas cruzáramos la cordillera todo volvería a la normalidad de siempre. Sin embargo, este largo viaje aun nos guardaba un par de sorpresas.
Paramos a almorzar en Mendoza y nos llegaron un par de llamadas conmocionadas desde Santiago, informando que había un temporal en la cordillera. La ciudad argentina estaba tranquila: ni lluvia, ni viento, ni nada, así que emprendimos el viaje andino sin cuestionar nuestra decisión. Error. En medio de la carretera que atraviesa la majestuosa cordillera nos atrapó la tormenta de nieve más increíble que nuestras mentes podían imaginar. Yo, que veía nevar por segunda vez en mi vida, estaba en shock. Pero un shock positivo, de emociones y aventuras, de película de acción en que todos son héroes y hay que sobrevivir comiendo animalillos que cazaríamos en la cordillera. Error número dos. Nuestro bus paró en un refugio adaptado para los huérfanos en medio de la tormenta.

 Esperamos uno o dos días a que se calmara la tormenta, ya no recuerdo bien, fueron horas bastante aburridas en un refugio que no tenía NADA. Sin televisión, sin comida rica, sin Internet, casi sin teléfono y casi sin música. Nos inventamos mil cosas para entretenernos a la antigua. Estábamos completamente enterrados en nieve, ni siquiera podíamos mirar por las ventanas. Todo era blanco. Al tercer día salió el sol y pudimos ir a excursionar: lo más emocionante era caminar por la solitaria carretera. Los diversos letreros eran lo único que destacaba entre la blancura de la nieve.



Al cuarto día, cuando nos anunciaron que pronto podríamos regresar, ocurrió el milagro. Caminamos hacia el otro lado de la carretera y descubrimos que entre la nieve que comenzaba a derretirse habían otras cosas: unas pequeñas casitas y algo maravilloso: el Puente del Inca. Fuimos felices de que saliera el sol y nos permitiera ver todas las sorpresas que estaban ocultas bajo la nieve.






 Las imágenes fueron tomadas por mi, en Puente del Inca, Argentina, en agosto de 2005. 
La calidad de las fotos (y el encuadre) no es el mejor, pero tome en cuenta que por esos años mi cámara era bastante primitiva y mi conocimiento fotográfico también.

jueves, 21 de abril de 2011

Puerto Pirámide: En busca de la ballena franca

Aquel día era el más esperado del viaje. Recorrimos la infinita distancia desde Santiago hasta Puerto Pirámide sólo para tener un encuentro con las ballenas francas, que en esa época del año habitaban la bahía con sus crías.

Nos colocamos los chalecos salvavidas, subimos a la pequeña embarcación y nos fuimos mar adentro. En medio del océano, apagamos los motores y esperamos. Una calma repentina nos sorprendió. El agua estaba absolutamente tranquila, completamente lisa. Comenzamos a buscar en el mar y percibimos que bajo nuestra lancha el color azul intenso se había oscurecido. Ahí estaba: una enorme ballena franca, revoloteando alrededor de nuestro barco como una mariposa ronda una flor.



Danzaba alrededor nuestro, iba y volvía en un ritmo suave y lento. A ratos asomaba su parte delantera para respirar, y un montón de aire con olor marino llegaba a nuestros rostros emocionados. Unos minutos después, otra ballena llegó. Se quedaron unos minutos más pasando debajo de nuestra embarcación, chocando su cola contra nosotros y luego se fueron.
Todos quedamos en silencio largo rato, hasta que volvimos a la costa. Ese encuentro había sido inolvidable: un choque directo con la magnificencia de la naturaleza.
 Las imágenes fueron tomadas por mi, en Puerto Pirámide, Argentina, en agosto de 2005. 
La calidad de las fotos (y el encuadre) no es el mejor, pero tome en cuenta que por esos años mi cámara era bastante primitiva y mi conocimiento fotográfico también

jueves, 3 de marzo de 2011

Puerto Madryn: Amanecer atlántico

A veces uno tiene ciertas ideas en la mente que se convierten en arquetipos inquebrantables. En mi caso, una de mis creencias incuestionables era que los amaneceres siempre incluyen una montaña y un sol que aparece detrás de sus cumbres nevadas, y que los atardeceres eran el sol sumergiéndose en el mar. Claramente estas ideas se encuentran cien por ciento influenciadas por la geografía chilena en la cual he habitado la mayor parte de mi vida.

Sin embargo, hace unos cinco años esa idea desapareció para siempre. Estábamos en Puerto Madryn con el objetivo de ver ballenas en Puerto Pirámide al día siguiente. Nos encontrábamos ansiosos por adentrarnos en el Océano Atlántico y contemplar los enormes mamíferos. Fue ahí cuando nos dimos cuenta que estábamos conociendo un nuevo mar, la otra costa del continente. Así sucedió, como una iluminación repentina: si nos encontrábamos al otro lado, las puestas y salidas del sol eran a la inversa. Estaba decidido, antes de conocer a las ballenas debíamos ver un amanecer atlántico.

Nos levantamos de madrugada, nos abrigamos con toda la ropa que encontramos (el frío austral de agosto es terrible) y partimos en medio de la oscuridad total a la playa. Estuvimos mucho rato tiritando en la orilla y nada. El sol se estaba demorando demasiado y nuestro bus rumbo a las ballenas partiría pronto.

Hasta que comenzó. La playa con pequeñas pozas de agua se convirtió en un espejo del cielo tornasolado. Las nubes cambiaban de color a cada minuto, mientras el panorama se iba aclarando. Derepente, el mar dio a luz (literalmente) un rayito de sol, para dar paso a toda la esfera dorada que calentó un poco nuestros cuerpos entumecidos. Entonces lo supimos: el océano puede tragarse al sol, pero al otro lado de la cordillera de Los Andes, le da vida cada mañana.




 Las imágenes fueron tomadas por mi, en Puerto Madryn, Argentina, en agosto de 2005. 
La calidad de las fotos (y el encuadre) no es el mejor, pero tome en cuenta que por esos años mi cámara era bastante primitiva y mi conocimiento fotográfico también.

domingo, 27 de febrero de 2011

Cartagena de Indias: La llegada

Cuando conocí Cartagena de Indias tenía todo los requisitos para estar de mal humor: muy cansada por el viaje (nos había tocado levantarnos a eso de las 4 de la madrugada), con hambre (sólo un café rellenaba nuestros estómagos) y acaloradísima. Mochila al hombro debíamos buscar un hostal donde pasar la noche.


Claramente nos tocó caminar bastante y tocar muchas puertas, porque todos los hostales eran bastante caros. Sin embargo, fue maravilloso tener la posibilidad de recorrer inmediatamente a pie todas esas fantásticas callecitas. El hambre, sueño y calor parecían esfumarse mientras recorríamos pequeñas avenidas llenas de imponentes casas de colores, repletas de flores y enredaderas magníficas dignas de ciudades tropicales y balcones coloniales de madera.





Las calles y veredas eran tan pequeñas que querer tomar una fotografía a los edificios se hacía todo un desafío, pues había que adoptar posturas dignas de un contorsionista para sacar una foto decente. Mucha gente se movilizaba caminando (sobre todo los turistas), apoderándose de las calles, impidiendo el paso de los autos. Incluso nos tocó ver un perro que se paraba en la mitad de la calle a hacer sus necesidades. El taxi que pasaba paró hasta que el perro terminara y luego continuó su camino, aplastando con las ruedas el recuerdo oloroso que el animal había dejado



Finalmente conseguimos alojarnos en un económico hostal. No sé si nos demoramos tanto porque queríamos seguir caminando por esa ciudad o qué, pero la cosa es que dejamos las mochilas en la habitación y continuamos conociendo Cartagena, la fortaleza San Felipe de Barajas, las distintas callecitas. Al atardecer, un sol redondo y naranjo nos dio la bienvenida. Fuimos a la muralla a tomar cervezas, ver la puesta de sol (que se ocultó tras una nube) y celebrar que habíamos logrado llegar a nuestro soñado destino caribeño. 




Las imágenes fueron tomadas por mi en Cartagena de Indias, 
Colombia, en febrero de 2010.

sábado, 12 de febrero de 2011

Varios lugares, varias flores


Creo que tengo algo así como el complejo de "Ángel, la niña de las flores". No sé si será debido a mi fanatismo por la serie animada en mi más tierna infancia, o simplemente por que las flores son del todo encantadoras. Siempre que salgo de casa me ando fijando en las plantas, aunque claro, nunca de la manera cursi y rosa de Ángel. Es que definitivamente es alucinante lo bellas que son y las muchas formas en que esa belleza se manifiesta. En mi reciente viaje por el sur de Chile, recolecté varias de mis flores favoritas, aquí les dejo algunas para que se deleiten. 

 Jardines a las afueras de la fortaleza de Ancud, Chiloé.

 Reserva Valdiviana, Chaihuin.

 Saltos del Petrohué.

 Fortaleza de Ancud, Chiloé.

  Reserva Valdiviana, Chaihuin.

  Reserva Valdiviana, Chaihuin.

  Camino a Chaihuin.

  Camino a Chaihuin.

Bonus: Helecho naciendo en la Reserva Valdiviana, Chaihuin.

domingo, 6 de febrero de 2011

Vilupulli: Ascenso al campanario

Lo apasionante de conocer las iglesias de Chiloé, es que cada una tiene su encanto: colores llamativos o un gran tamaño o trabajos en madera o una elegante sobriedad, etc. Al llegar a Vilupulli, lo primero que encontramos entre el campo y el camino de tierra fue la iglesia de este lugar. Aparentemente no parecía muy grande, pero sí poseía un campanario bastante alto. Por fuera era completamente de madera, y sólo unas pequeñas ventanas y la cruz en lo alto servían de ornamento a dicha construcción.

Al acercarnos a la iglesia nos dimos cuenta que estaba completamente cerrada. Por suerte, en ese momento pasaba por allí una oriunda de Vilupulli, que coincidencialmente era quien tenía el poderoso llavero que nos permitió ingresar al edificio.

A pesar de lo pequeña y sobria que era la iglesia, nos alegramos mucho de haber podido entrar. Como en casi todos los templos de Chiloé, una pequeña escalera se asomaba y nos invitaba a subir. Le preguntamos a la mujer si podíamos conocer el segundo piso. Nos respondió con una amable sonrisa.
Subimos con vértigo y emoción, era extraño tener el privilegio de acceder a la parte más alta de ese lugar. Una pequeña escalera nos llevaba a una especie de balcón (tal vez para el coro), que miraba hacia el altar. Sin embargo, eso no era todo, pues allí había una escalera aun más pequeña que conducía al campanario de la iglesia.
 Desde el segundo piso de la Iglesia de Vilupulli. 
El campanario estaba compuesto por diversos pisos, en un espacio minúsculo que se hacía cada vez más claustrofóbico. Era oscuro, lleno de telas de araña y escaleras cada vez más empinadas y pequeñas. Al mirar hacia arriba uno se sentía atrapado en un caleidoscopio, cuyo centro era la campana de la iglesia. Por suerte unas pequeñas ventanitas nos mostraron la vista desde las alturas: ese fue el mejor premio a la valentía de nuestro ascenso, que culminó entre gritos de sorpresa y carreras por salir de allí, al escuchar los sonidos de un ratón que nos saludaba desde la oscuridad.

 ¿Ratones? 


Vista desde dos ventanas del campanario. La imágen del lado izquierdo pertenece a una de las ventanas más altas.

 Todas las imágenes fueron tomadas por mi, 
en diciembre de 2010, en Vilupulli, Chiloé, Chile.