viernes, 17 de diciembre de 2010

Laguna Verde: Atardecer en el faro

Nunca había estado en un faro y mi único acercamiento a ellos habían sido los dibujos de Liniers y los versos de Vicente Huidobro (“Eres más hermosa que el relincho de un potro en la montaña / Que la sirena de un barco que deja escapar toda su alma / Que un faro en la neblina buscando a quien salvar”). Me parecía que eran lugares mágicos, y añoraba el momento de poder conocer uno, pero uno especial.

El primer faro que conocí se veía desde la cabaña que arrendamos en Laguna Verde, un verano hace dos años. Era lo máximo, la postal perfecta: el faro, los cerros verdes, el mar turbulento.

Una tarde decidimos intentar llegar hasta él. Bajamos por pendientes rocosas hasta encontrarnos con una pequeña playa llena de cochayuyos. Nos mojamos los pies y seguimos por otra pendiente que se alzaba ante nosotros, llena de maleza que hería nuestras piernas descubiertas al sol. Una escalera semidestruida y ahí estaba, abandonado, viejo, destrozado. Ahí estaba el guardián de los barcos nocturnos, quien ahora sólo se contentaba con mirar a lo lejos y ver cómo surcan el mar los trasatlánticos, que tienen tanta tecnología que ya no necesitan a un pequeño faro. Por que sí, además de viejo e inútil, era pequeño. Pero encantador.

Nos quedamos hasta el atardecer y fue un momento muy triste. Imaginamos que tal vez un habitante cercano vendría a prender el faro a esta hora, o tal vez se activaba automáticamente. Pero no. Se hizo de noche y tuvimos que volver. Que triste debe ser un faro sin luz.

Y a lo lejos, un barco cruza el océano y se guía por sus propios medios.

 Las imágenes fueron tomadas por mi en febrero de 2009, 
en Laguna Verde, V región, Chile.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Valparaíso: Cementerio en las alturas

Los viajeros caen (caemos) con frecuencia en ciertos clichés al momento de conocer una ciudad nueva: visitar la plaza central, la casa de gobierno (si es que se encuentra allí), algún buen museo, un restorán con historia y buenos platos. En mi caso, se agrega un lugar más: el cementerio.

Puede parecer un poco extraño que alguien que se encuentra de paseo quiera conocer un lugar que puede llegar a ser tan triste e incluso desagradable. Sin embargo, para mí los cementerios son un espacio clave para poder conocer un poco más de la historia verdadera de la ciudad, esa que uno no descubre si sólo va a los monumentos más emblemáticos y turísticos.

Hace mucho tiempo que Juan y yo queríamos conocer el Cementerio de Valparaíso, pues en nuestras visitas anteriores no habíamos tenido tiempo de pasar por ahí. Pero esta vez guardamos unas horas de la tarde especialmente para visitarlo. Llegamos preguntándole el camino a los transeúntes, comenzando a subir por la avenida de un empinado cerro, en el cual nos encontramos con los típicos murales y escaleritas que caracterizan a la ciudad-puerto. 



Al llegar a la imponente fachada de la necrópolis, nos sorprendió que frente a ella estuviera la excárcel de la ciudad. Montones de casitas encaraban con sus ventanas a la cárcel y cementerio. Increíble que haya gente que por sus ventanas vea día a día esos dos lugares. Lo bueno es que en el espacio de la cárcel actualmente están construyendo un parque, que ojalá le brinde más alegría al barrio.


 Si se fijan en esta foto, al fondo se ven los muros de la excárcel 
y las máquinas que comienzan a construir el nuevo parque.

Entramos rápidamente al cementerio, pues en una hora más cerraban sus puertas. A pesar de lo pequeño que es, encontramos muchos detalles que llamaron nuestra atención. Por ejemplo, la mayoría de las estatuas del lugar no tenían cabeza, lo cual acompañado del nublado atardecer, le daba un toque espeluznante al lugar, mezclado con desolación y abandono. Seguimos caminando, y detrás de un pequeño muro encontramos un ataúd destrozado. De terror.  


 Un detalle que me pareció sumamente interesante, fue el hecho de que la mayoría de las tumbas del lugar daban cuenta de la gran cantidad de migrantes, propias de un puerto: los apellidos en italiano y los escritos en alfabetos orientales y árabes en las tumbas, daban cuenta de ello.

Lamentablemente no se podían tomar fotos en el lugar, pero logré captar estas tomas cuando el guardia nos dejó solos por un momento.

¡La vista desde el cementerio es espectacular!
Nótese al fondo la Esmeralda en pleno mar.

Las imágenes fueron tomadas por mi en Valparaíso, en septiembre de 2010.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Bogotá: Las flores de Simón Bolívar

Uno de los primeros paseos que realicé en mi visita a Bogotá, fue ir a la quinta de Simón Bolívar. Este importante personaje se encuentra rodeado de misterio e historias, y sus distintos retratos (en los cuales siempre sale distinto) siempre han llamado mi atención.

Sin embargo, en esta ocasión no hablaré de historia, sino del jardín de la quinta de Bolívar. Ni siquiera la maravillosa casa logró llevarse mi atención completamente, pues antes de entrar a ella, ya estaba absolutamente maravillada con el verdor y frescura de ese gran patio.



  Entrada a la quinta

Lleno de flores y árboles gigantes, la quinta cuenta con varios caminitos que llevan a piletas y rincones ocultos, entre flores y arbustos preciosos. A un costado de la casa hay un huerto en el que se cultivan distintas hierbas. Más allá, una “poza” en la que Bolívar se daba sus baños, y sobre ella, una especie de terraza en la que se puede admirar todo el jardín y las copas de los árboles.







Con Juan (quien sacó algunas de las fotos que aquí les dejo) nos sentamos allí, imaginando cómo sería la quinta hace unos siglos atrás. Dejamos de lado los ruidos de los automóviles que pasaban a unos metros, el lejano edificio que asomaba entre unas hojas.

Lástima que el señor Bolívar haya estado muy ocupado para dedicarse a disfrutar su floreado jardín. Esa tarde nosotros nos deleitamos por él.



P. S.: Les dejo de regalo extra unas fotos del interior. Corresponden al dormitorio de Bolívar (nótese la espada) y una reconstrucción de lo que habría sido el comedor.


 Todas las imágenes fueron tomadas por mi pololo y yo, 
en Bogotá, Colombia, en febrero de 2010.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Buenos Aires: Amor arquitectónico

Debo declarar que soy una fanática de las ciudades, y que para mí, los edificios son como el símbolo de la urbe. Es por eso que cuando llegué a Buenos Aires me volví loca con tanto edificio antiguo tan bien conservado. Parecía que cada uno era un lienzo gigante, lleno de detalles maravillosos.



Mientras me perdía por las calles, pensaba que tal vez así era Europa (ideas que uno se hace de Europa sólo mirando fotos), donde todo lo que uno mira es hermoso: el cielo perfectamente nublado, las inmensas avenidas, las misteriosas callecitas, los hombres y mujeres guapos, los edificios llenos de detalles. Sobre todo los edificios llenos de detalles.



Imposible caminar por las calles de Buenos Aires y no recordar a “Las crepusculares” de la crónica de Alfonsina Storni: en ella se cuenta sobre las mujeres que van por la vía pública sintiéndose reinas, pues van a comprar a las tiendas de lujo donde se venden productos de primera calidad. Pero no sólo mujeres elegantes llegan a estas tiendas: toda aquella que desee puede entrar a mirar y soñar. Así me sentía yo: como la costurerita o la dactilógrafa que recién había salido del trabajo y que se deleitaba por primera vez mirando los luminosos escaparates que le hacían soñar que estaba más allá del océano Atlántico.



 Las fotos corresponden al año 2008, y fueron tomadas por mí. 
En una de ellas aparece mi prima Laura, con quien realicé este viaje.

sábado, 30 de octubre de 2010

Santiago: La cuna de la cueca brava


Conocí las cuecas bravas gracias a mi amiga Mila. También ella me llevó a conocer este mágico rincón de Santiago, que si bien muchos no conocen, tiene una gran importancia cultural, pues los patios de la Viseca acogieron a grandes cuequeros como Hernán “Nano” Nuñez.




Estar ahí te transporta absolutamente a otro mundo, uno se olvida que unas cuadras más allá está la ruidosa Alameda. La Viseca es un lugar con demasiada vida, pues en cada rincón uno encuentra detalles y personas que podrían hablar de infinitas historias. Los gallos andan sueltos, saltando por todos lados, un par de perros se pasea, los conejos miran curiosos desde sus jaulas, y los gatos son huraños, pues saben que uno no es de la casa.




Lugares como estos son olvidados al momento de hablar de la “identidad chilena”, sin embargo, son mucho más representativos que la gran bandera que plantaron frente a La Moneda. Recordemos que la cultura no es sólo lo que está en los museos o en los teatros: la cultura está en la calle.

domingo, 24 de octubre de 2010

Lima: Desfile de iglesias


Cuando viajé a Lima tenía muy presente que vería montones de iglesias, pues varias personas que habían viajado por esos lados, me habían comentado de las maravillas arquitectónicas de la ciudad. Sin embargo, cuando comencé a pasear y descubrir en pequeñas calles inesperadas iglesias, realmente quedé sorprendida: ¡Eran muchas más de las que esperaba!


Al mirar las iglesias desde fuera, los detalles de la arquitectura barroca nos dejan boquiabiertos, delatando nuestro estado de extranjeros, pues la gente que ya está acostumbrada a caminar por las calles limeñas no se detiene a contemplar hipnotizada (como me ocurrió cada vez que descubría un nuevo templo) estas verdaderas obras maestras que están a su paso.



El espectáculo exterior aumenta considerablemente cuando ingresamos a los templos: en algunos casos, estrechas fachadas esconden un espacioso y oscuro interior, lleno de lujosos adornos e imágenes de santos rodeados de flores. Para aquellos que alucinen con el fetichismo religioso, la visita a estas iglesias es obligada: incluso hay huesos de santos a la vista de los feligreses. Lamenté no poder sacar fotos al interior de estos lugares para poder compartir, pero espero que esto sea una excusa más para animarlos a conocer esta hermosa ciudad.




Cuando visité la Iglesia de San Francisco tomé conciencia de lo mucho que cuidan este patrimonio arquitectónico: una inmensa cúpula de madera tallada se destruyó con uno de los terremotos que ha sufrido la ciudad. En vez de dejarlo así o construir algo nuevo, se dedicaron a rearmar la parte que había caído. Quedó prácticamente idéntica a la original. Un gran ejemplo para países como Chile, cuya ideología es “destruir y volver a poner algo nuevo encima”. Y después nos preguntamos por qué no tenemos identidad nacional. Bueno, ahí hay una posible respuesta.

Aquí les dejo una foto de la Iglesia de San Francisco, que es conocida por las catacumbas que se encuentran bajo ella (visita imperdible), además de una biblioteca espectacular (con unos 25.000 volúmenes, ¡Imagínense!), salas de coro, colecciones de arte y enormes salones.

 Iglesia de San Franciso, Lima, Perú, 2010.
Los pequeños puntitos negros que se ven en sus paredes, 
son palomas posadas en los calados que adornan las paredes de esta iglesia. 


Afuera de las iglesias, a la hora de las misas, se colocan señoras con carritos vendiendo recuerdos religiosos, postales de santitos, prendedores y otras cositas con motivo católico. No pude dejar de llevar mi “recuerdito”: un Sagrado Corazón con una cintita roja y prendedor.
 
Después de conocer Lima, mi obsesión por las iglesias aumentó. Al igual que con los cementerios, creo que estos lugares se deben leer como espacios que hablan de la historia de una sociedad y sus maneras de comprender la vida y la muerte, y cómo estas han cambiado (o no) con el tiempo.