sábado, 26 de noviembre de 2016

Santiago: Huevitos en el aire

Era la última vez que andaría en los huevitos de colores del teleférico del San Cristóbal, pero aún no lo sabía. El paseo comenzó en la estación al pie del cerro, donde compramos los tiquetes. Un aterrador ruido de máquinas daba la bienvenida a los visitantes, ensordeciéndolos al instante. Sin parar, los huevitos avanzan en fila, abriendo sus puertas por unos pocos segundos que debemos aprovechar para subirnos. Se cierra y nos acomodamos en las pequeñas banquitas. Avanzamos y caemos al vacío impulsados por los motores, sintiendo un apretón en nuestros estómagos al recordar que sólo un cable nos sostiene.

Sector norte de Santiago visto desde el teleférico.

Antiguo teleférico del cerro San Cristóbal, en Santiago.

El sol del seco verano santiaguino entra desde el norponiente por la ventana de plástico del huevito, convirtiéndolo en una especie de sauna. Afortunadamente la puerta no ha cerrado bien, dejando una abertura que permite que ingrese un poco de viento mientras flotamos sobre árboles. La ciudad aparece bajo nuestros pies. Una bruma amarillenta baña el valle y le da un toque árido a Santiago. De vez en cuando, en el cable paralelo, pasa otro colorido teleférico con curiosos vecinos. Mi hermano pequeño saluda a los desconocidos.

Antes de partir.