domingo, 27 de febrero de 2011

Cartagena de Indias: La llegada

Cuando conocí Cartagena de Indias tenía todo los requisitos para estar de mal humor: muy cansada por el viaje (nos había tocado levantarnos a eso de las 4 de la madrugada), con hambre (sólo un café rellenaba nuestros estómagos) y acaloradísima. Mochila al hombro debíamos buscar un hostal donde pasar la noche.


Claramente nos tocó caminar bastante y tocar muchas puertas, porque todos los hostales eran bastante caros. Sin embargo, fue maravilloso tener la posibilidad de recorrer inmediatamente a pie todas esas fantásticas callecitas. El hambre, sueño y calor parecían esfumarse mientras recorríamos pequeñas avenidas llenas de imponentes casas de colores, repletas de flores y enredaderas magníficas dignas de ciudades tropicales y balcones coloniales de madera.





Las calles y veredas eran tan pequeñas que querer tomar una fotografía a los edificios se hacía todo un desafío, pues había que adoptar posturas dignas de un contorsionista para sacar una foto decente. Mucha gente se movilizaba caminando (sobre todo los turistas), apoderándose de las calles, impidiendo el paso de los autos. Incluso nos tocó ver un perro que se paraba en la mitad de la calle a hacer sus necesidades. El taxi que pasaba paró hasta que el perro terminara y luego continuó su camino, aplastando con las ruedas el recuerdo oloroso que el animal había dejado



Finalmente conseguimos alojarnos en un económico hostal. No sé si nos demoramos tanto porque queríamos seguir caminando por esa ciudad o qué, pero la cosa es que dejamos las mochilas en la habitación y continuamos conociendo Cartagena, la fortaleza San Felipe de Barajas, las distintas callecitas. Al atardecer, un sol redondo y naranjo nos dio la bienvenida. Fuimos a la muralla a tomar cervezas, ver la puesta de sol (que se ocultó tras una nube) y celebrar que habíamos logrado llegar a nuestro soñado destino caribeño. 




Las imágenes fueron tomadas por mi en Cartagena de Indias, 
Colombia, en febrero de 2010.

sábado, 12 de febrero de 2011

Varios lugares, varias flores


Creo que tengo algo así como el complejo de "Ángel, la niña de las flores". No sé si será debido a mi fanatismo por la serie animada en mi más tierna infancia, o simplemente por que las flores son del todo encantadoras. Siempre que salgo de casa me ando fijando en las plantas, aunque claro, nunca de la manera cursi y rosa de Ángel. Es que definitivamente es alucinante lo bellas que son y las muchas formas en que esa belleza se manifiesta. En mi reciente viaje por el sur de Chile, recolecté varias de mis flores favoritas, aquí les dejo algunas para que se deleiten. 

 Jardines a las afueras de la fortaleza de Ancud, Chiloé.

 Reserva Valdiviana, Chaihuin.

 Saltos del Petrohué.

 Fortaleza de Ancud, Chiloé.

  Reserva Valdiviana, Chaihuin.

  Reserva Valdiviana, Chaihuin.

  Camino a Chaihuin.

  Camino a Chaihuin.

Bonus: Helecho naciendo en la Reserva Valdiviana, Chaihuin.

domingo, 6 de febrero de 2011

Vilupulli: Ascenso al campanario

Lo apasionante de conocer las iglesias de Chiloé, es que cada una tiene su encanto: colores llamativos o un gran tamaño o trabajos en madera o una elegante sobriedad, etc. Al llegar a Vilupulli, lo primero que encontramos entre el campo y el camino de tierra fue la iglesia de este lugar. Aparentemente no parecía muy grande, pero sí poseía un campanario bastante alto. Por fuera era completamente de madera, y sólo unas pequeñas ventanas y la cruz en lo alto servían de ornamento a dicha construcción.

Al acercarnos a la iglesia nos dimos cuenta que estaba completamente cerrada. Por suerte, en ese momento pasaba por allí una oriunda de Vilupulli, que coincidencialmente era quien tenía el poderoso llavero que nos permitió ingresar al edificio.

A pesar de lo pequeña y sobria que era la iglesia, nos alegramos mucho de haber podido entrar. Como en casi todos los templos de Chiloé, una pequeña escalera se asomaba y nos invitaba a subir. Le preguntamos a la mujer si podíamos conocer el segundo piso. Nos respondió con una amable sonrisa.
Subimos con vértigo y emoción, era extraño tener el privilegio de acceder a la parte más alta de ese lugar. Una pequeña escalera nos llevaba a una especie de balcón (tal vez para el coro), que miraba hacia el altar. Sin embargo, eso no era todo, pues allí había una escalera aun más pequeña que conducía al campanario de la iglesia.
 Desde el segundo piso de la Iglesia de Vilupulli. 
El campanario estaba compuesto por diversos pisos, en un espacio minúsculo que se hacía cada vez más claustrofóbico. Era oscuro, lleno de telas de araña y escaleras cada vez más empinadas y pequeñas. Al mirar hacia arriba uno se sentía atrapado en un caleidoscopio, cuyo centro era la campana de la iglesia. Por suerte unas pequeñas ventanitas nos mostraron la vista desde las alturas: ese fue el mejor premio a la valentía de nuestro ascenso, que culminó entre gritos de sorpresa y carreras por salir de allí, al escuchar los sonidos de un ratón que nos saludaba desde la oscuridad.

 ¿Ratones? 


Vista desde dos ventanas del campanario. La imágen del lado izquierdo pertenece a una de las ventanas más altas.

 Todas las imágenes fueron tomadas por mi, 
en diciembre de 2010, en Vilupulli, Chiloé, Chile.