Sin embargo, hace unos cinco años esa idea desapareció para siempre. Estábamos en Puerto Madryn con el objetivo de ver ballenas en Puerto Pirámide al día siguiente. Nos encontrábamos ansiosos por adentrarnos en el Océano Atlántico y contemplar los enormes mamíferos. Fue ahí cuando nos dimos cuenta que estábamos conociendo un nuevo mar, la otra costa del continente. Así sucedió, como una iluminación repentina: si nos encontrábamos al otro lado, las puestas y salidas del sol eran a la inversa. Estaba decidido, antes de conocer a las ballenas debíamos ver un amanecer atlántico.
Nos levantamos de madrugada, nos abrigamos con toda la ropa que encontramos (el frío austral de agosto es terrible) y partimos en medio de la oscuridad total a la playa. Estuvimos mucho rato tiritando en la orilla y nada. El sol se estaba demorando demasiado y nuestro bus rumbo a las ballenas partiría pronto.
Hasta que comenzó. La playa con pequeñas pozas de agua se convirtió en un espejo del cielo tornasolado. Las nubes cambiaban de color a cada minuto, mientras el panorama se iba aclarando. Derepente, el mar dio a luz (literalmente) un rayito de sol, para dar paso a toda la esfera dorada que calentó un poco nuestros cuerpos entumecidos. Entonces lo supimos: el océano puede tragarse al sol, pero al otro lado de la cordillera de Los Andes, le da vida cada mañana.
Las imágenes fueron tomadas por mi, en Puerto Madryn, Argentina, en agosto de 2005.
La calidad de las fotos (y el encuadre) no es el mejor, pero tome en cuenta que por esos años mi cámara era bastante primitiva y mi conocimiento fotográfico también.