viernes, 17 de diciembre de 2010

Laguna Verde: Atardecer en el faro

Nunca había estado en un faro y mi único acercamiento a ellos habían sido los dibujos de Liniers y los versos de Vicente Huidobro (“Eres más hermosa que el relincho de un potro en la montaña / Que la sirena de un barco que deja escapar toda su alma / Que un faro en la neblina buscando a quien salvar”). Me parecía que eran lugares mágicos, y añoraba el momento de poder conocer uno, pero uno especial.

El primer faro que conocí se veía desde la cabaña que arrendamos en Laguna Verde, un verano hace dos años. Era lo máximo, la postal perfecta: el faro, los cerros verdes, el mar turbulento.

Una tarde decidimos intentar llegar hasta él. Bajamos por pendientes rocosas hasta encontrarnos con una pequeña playa llena de cochayuyos. Nos mojamos los pies y seguimos por otra pendiente que se alzaba ante nosotros, llena de maleza que hería nuestras piernas descubiertas al sol. Una escalera semidestruida y ahí estaba, abandonado, viejo, destrozado. Ahí estaba el guardián de los barcos nocturnos, quien ahora sólo se contentaba con mirar a lo lejos y ver cómo surcan el mar los trasatlánticos, que tienen tanta tecnología que ya no necesitan a un pequeño faro. Por que sí, además de viejo e inútil, era pequeño. Pero encantador.

Nos quedamos hasta el atardecer y fue un momento muy triste. Imaginamos que tal vez un habitante cercano vendría a prender el faro a esta hora, o tal vez se activaba automáticamente. Pero no. Se hizo de noche y tuvimos que volver. Que triste debe ser un faro sin luz.

Y a lo lejos, un barco cruza el océano y se guía por sus propios medios.

 Las imágenes fueron tomadas por mi en febrero de 2009, 
en Laguna Verde, V región, Chile.