Montones de moluscos pegados a las rocas me recuerdan mi infancia, cuando salía a mariscar con mis amigos en la playa. Las distintas conchitas se aferran con fuerza esperando el verano: tal vez pronto un niño lo tome entre sus manos como un tesoro y lo lleve a su balde para mostrárselo a sus hermanos.
Las gaviotas y demás aves marinas miran el horizonte conmigo. A ratos intentan volar contra el viento helado, pero su ruta es desviada. Nos sentamos en las rocas a mirar el atardecer, pero no se ve nada, hay demasiadas nubes.