sábado, 30 de octubre de 2010

Santiago: La cuna de la cueca brava


Conocí las cuecas bravas gracias a mi amiga Mila. También ella me llevó a conocer este mágico rincón de Santiago, que si bien muchos no conocen, tiene una gran importancia cultural, pues los patios de la Viseca acogieron a grandes cuequeros como Hernán “Nano” Nuñez.




Estar ahí te transporta absolutamente a otro mundo, uno se olvida que unas cuadras más allá está la ruidosa Alameda. La Viseca es un lugar con demasiada vida, pues en cada rincón uno encuentra detalles y personas que podrían hablar de infinitas historias. Los gallos andan sueltos, saltando por todos lados, un par de perros se pasea, los conejos miran curiosos desde sus jaulas, y los gatos son huraños, pues saben que uno no es de la casa.




Lugares como estos son olvidados al momento de hablar de la “identidad chilena”, sin embargo, son mucho más representativos que la gran bandera que plantaron frente a La Moneda. Recordemos que la cultura no es sólo lo que está en los museos o en los teatros: la cultura está en la calle.

domingo, 24 de octubre de 2010

Lima: Desfile de iglesias


Cuando viajé a Lima tenía muy presente que vería montones de iglesias, pues varias personas que habían viajado por esos lados, me habían comentado de las maravillas arquitectónicas de la ciudad. Sin embargo, cuando comencé a pasear y descubrir en pequeñas calles inesperadas iglesias, realmente quedé sorprendida: ¡Eran muchas más de las que esperaba!


Al mirar las iglesias desde fuera, los detalles de la arquitectura barroca nos dejan boquiabiertos, delatando nuestro estado de extranjeros, pues la gente que ya está acostumbrada a caminar por las calles limeñas no se detiene a contemplar hipnotizada (como me ocurrió cada vez que descubría un nuevo templo) estas verdaderas obras maestras que están a su paso.



El espectáculo exterior aumenta considerablemente cuando ingresamos a los templos: en algunos casos, estrechas fachadas esconden un espacioso y oscuro interior, lleno de lujosos adornos e imágenes de santos rodeados de flores. Para aquellos que alucinen con el fetichismo religioso, la visita a estas iglesias es obligada: incluso hay huesos de santos a la vista de los feligreses. Lamenté no poder sacar fotos al interior de estos lugares para poder compartir, pero espero que esto sea una excusa más para animarlos a conocer esta hermosa ciudad.




Cuando visité la Iglesia de San Francisco tomé conciencia de lo mucho que cuidan este patrimonio arquitectónico: una inmensa cúpula de madera tallada se destruyó con uno de los terremotos que ha sufrido la ciudad. En vez de dejarlo así o construir algo nuevo, se dedicaron a rearmar la parte que había caído. Quedó prácticamente idéntica a la original. Un gran ejemplo para países como Chile, cuya ideología es “destruir y volver a poner algo nuevo encima”. Y después nos preguntamos por qué no tenemos identidad nacional. Bueno, ahí hay una posible respuesta.

Aquí les dejo una foto de la Iglesia de San Francisco, que es conocida por las catacumbas que se encuentran bajo ella (visita imperdible), además de una biblioteca espectacular (con unos 25.000 volúmenes, ¡Imagínense!), salas de coro, colecciones de arte y enormes salones.

 Iglesia de San Franciso, Lima, Perú, 2010.
Los pequeños puntitos negros que se ven en sus paredes, 
son palomas posadas en los calados que adornan las paredes de esta iglesia. 


Afuera de las iglesias, a la hora de las misas, se colocan señoras con carritos vendiendo recuerdos religiosos, postales de santitos, prendedores y otras cositas con motivo católico. No pude dejar de llevar mi “recuerdito”: un Sagrado Corazón con una cintita roja y prendedor.
 
Después de conocer Lima, mi obsesión por las iglesias aumentó. Al igual que con los cementerios, creo que estos lugares se deben leer como espacios que hablan de la historia de una sociedad y sus maneras de comprender la vida y la muerte, y cómo estas han cambiado (o no) con el tiempo.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Buenos Aires: Pasadizos subterráneos

Desde pequeña soy fanática del metro. Me encanta la idea de que cada estación tenga su nombre, su estilo. Por esa razón, mi línea favorita del metro de Santiago es la L1, porque pareciera que cada parada tiene su personalidad: los mosaicos colorinches de Los Leones, los tonos celestes y blancos de Santa Lucía, los dibujos de niños en República.

Es por eso que cuando viajé en el metro (o “subte”) en Buenos Aires, no me quería bajar hasta conocer la mayor cantidad de estaciones posibles. Como la construcción es bastante más antigua que la del metro de Santiago (las primeras estaciones son de 1913), hay montones de detalles maravillosos, como unos coches de madera (¡conservados desde esos años!), azulejos llenos de detallitos, murales maravillosos. No alcancé a conocer tantos como me habría gustado, pero bueno, ¡así quedan excusas para volver!

Una diferencia que percibí con el metro de Santiago, fue que aquí en Buenos Aires todo está mucho menos controlado. Me refiero al cuidado de las estaciones, o el ingreso de vendedores ambulantes o animales a los trenes. Aquí les dejo una foto de un perrito rascándose sus partes (jaja) como si fuera el dueño del vagón. Aunque ahora que lo pienso, hace unos meses me tocó ver a un perro en Tobalaba, pero los guardias hicieron el medio escándalo para sacarlo (y era hora punta, o sea, imagínese el colapso de la estación).

Las fotos fueron tomadas el 2008, en Buenos Aires. Lamentablemente la calidad de las imágenes no es muy buena, porque fueron tomadas con mi cámara antigua que en esa época estaba muriendo.

jueves, 14 de octubre de 2010

Cartagena de Indias: El santo escondido

Íbamos a destino de viajero gringo o europeo, pero con presupuesto de mochileros. Nuestro avión llegó desde Bogotá a eso de las 7 de la mañana, para aprovechar al máximo el día. La oferta del pasaje aéreo no incluía nada de comida durante el vuelo, y no habíamos alcanzado a desayunar (sólo un buen café colombiano para despertar un poco).

Mochila al hombro, salimos del aeropuerto Rafael Núñez en busca de un lugar para pasar la noche, dejar los bolsos y poder salir a desayunar. Ahora que lo recuerdo, el momento era para desesperarse (hambre, sueño y tener que caminar a pleno sol son una mala combinación), pero estábamos tan felices de poder estar ahí, que en ese momento todo se dio fácil y logramos encontrar un buen lugar para alojarnos.

Ya guardadas las maletas, corrimos a buscar dónde desayunar. Partimos caminando hacia la fortaleza San Felipe de Barajas, que sería nuestra primera parada. A medio camino, encontramos un pequeño local que vendía DE TODO. Las paredes estaban llenas de productos distintos: desde cortaúñas, pilas y papel higiénico, hasta arroz, café y comida en conserva. Dentro habían unas sillas y mesas (en este momento no recuerdo cómo cabía todo ahí dentro), así que nos sentamos y pedimos jugos, y unas masitas con queso deliciosas. A nuestro lado había un hombre tomando una cerveza fría para pasar el calor.

Mientras comíamos empecé a mirar las repisas que llegaban hasta el techo de la tiendita. Y derepente, en medio de servilletas y sopas, vi que alguien nos espiaba: la imagen de un santo, con una repisa confeccionada especialmente para él. Me parece que esta imagen refleja perfectamente la situación de la religión católica en Colombia: está tan presente en su cultura, que incluso aparece en lugares inesperados como la repisa de una tienda en una callecita en Cartagena de Indias.


"Y derepente, en medio de servilletas y sopas, vi que alguien nos espiaba".
Tienda en Cartagena de Indias, Colombia, 2010.

sábado, 9 de octubre de 2010

Valparaíso: Los gigantes del puerto

Valparaíso es una ciudad con muchos encantos, pero en mi última visita descubrí cual es uno de mis favoritos: observar el puerto, sus máquinas de proporciones inimaginables, sus colores desteñidos de recibir tanta brisa marina, sus faenas que no paran día ni noche.

Vista del puerto desde el mirador del cerro Artillería.

Hace unas semanas tuve el placer de volver a pasear por Valparaíso y descubrir en medio de esas caminatas un nuevo punto para admirar el puerto: el mirador del cerro Artillería. Generalmente los paseantes y turistas que llegan a aquel lugar, sacan la foto, miran un poco y se van. Pero nosotros decidimos sentarnos a mirar los movimientos portuarios: traslados de containers, cajas que vienen y van en camiones, incluso el sonido de una bocina de barco, que anunciaba la partida y llegada de estos gigantes del mar.

Nótese el tamaño de los camiones al lado de barco.

Estando ahí, es imposible dejar de admirar la coordinación que implica la vida del puerto. Parece increíble que dentro de esas cajas metálicas gigantes lleguen varios de los productos que consumimos día a día. Lo más raro es saber que vienen de tan lejos, y que se encuentran agrupadas con tantas cosas distintas, ya que uno de esos containers a veces trae diversos productos.

Quedamos admirados de cómo el barco se movía lentamente, rumbo a quien sabe dónde, haciendo unas maniobras espectaculares para salir del puerto: ¡Imposible imaginar que esa mole marina se desplaza con tanta gracia! Giró sin ningún problema con la ayuda de un remolcador y partió al horizonte, mientras otro barco que esperaba a la distancia, se acercó para iniciar la descarga en el puesto que ahora se encontraba vacío.

Quedamos tan encantados con los movimientos del puerto, que al día siguiente tomamos un paseo en bote por él para poder admirar los barcos desde cerca. Nos enamoramos de las banderitas e inscripciones extranjeras que asomaban por aquí y por allá, y que nos ayudaban a imaginar la inmensidad del recorrido que realizan estos barcos. Desde el agua, uno logra darse cuenta más o menos de lo gigantes que son, realmente son increíbles las dimensiones de estas máquinas. Además, tuvimos la suerte de ver algunos buques de guerra (incluidos submarinos y el buque escuela Esmeralda), porque hace una semana habían pasado las celebraciones del Bicentenario.

Inscripciones en otros idiomas en algunos de los barcos del puerto.

Una de las estrellas de este paseo por Valparaíso fue el puerto. Detenerse y admirar la complejidad de su sistema, la perfección en la coordinación de sus faenas, es una excelente forma de enriquecer desde otra perspectiva el paseo a esta ciudad costera.

Punto de partida

Siempre me han gustado los diarios. No el diario cursi-secreto que una tenía cuando chica, si no el diario en el que uno narra (y archiva) pequeños detalles cotidianos.

Los diarios que más me gustan son los de viajes. He comenzado varios, pero ninguno ha sido concluido ¿Por qué? Porque mi obsesión por guardar cada detalle en letras hace que cada día en la bitácora sean hojas infinitas. Así, cuando regreso al punto de partida, no voy ni en la mitad del itinerario escrito.

Es por eso que armé este rincón: para poder archivar, sin orden cronológico, ni geográfico, ni temporal, aquellos muchos detalles de los viajes que hice y haré, para que queden en algún lado y el tiempo y la mala memoria no los hagan desaparecer.


Mi maleta, antes de partir a Buenos Aires (2008)